Era una fría mañana de invierno. Ambos, la noche anterior, acordamos juntarnos en mi casa a las nueve de la mañana. Yo llegaría primero y dejaría la reja abierta, así cuando él pasara y de manera más que disimulada entraría con tan solo una inspiración.
Llegué de vuelta del colegio al cual nunca llegué, entré y deje la reja abierta. Eran las nueve con cinco minutos en mi reloj, y para mi ya era tarde, la ansiedad rebosaba mi cuerpo, se escurría por doquier, y mi corazón palpitaba cada vez más rápido a medida que los segundos pasaban, al mismo tiempo que mi cabeza calculaba la estrategia en el caso de que no apareciera.
Miro la hora, son las nueve y veinticinco, creo en lo más profundo que él no aparecerá, me desanimo y todo el proceso anterior se detiene en ese instante. Me saco los zapatos sin mayor esfuerzo que el que mis pies son capaces de hacer, y comienzo mi subida, deprimente y penosa por la escalera hasta la cama, con una sensación de derrota donde ya nada de lo acordado podía concretarse. Porque con dieciséis años si algo no resulta como lo esperaste, en definitiva es el fin del mundo.
Prendo la tele, sin ponerle mucha atención, solo busco sentirme acompañada en mi momento de decepción, y con la idea fija en la mente de que no llegaste, de que no te importó. Por algún motivo decido voltearme, y en ese instante y como una ilusión apareces tú, hermoso y expectante igual que yo.
Toda la rabia se me va, no me interesa saber que es lo que te sucedió, el por qué de tu atraso, el momento sólo nos da para aquello que mejor sabemos hacer.
Te miro, te observo, contemplo tu figura y te rodeo con mi cuerpo, con mis ojos, interminablemente, sin pensar en nada más. Te beso, un beso apretado, sin pudor, un beso que no es el mismo de siempre, que te entrega algo mas que saliva y calor, que conlleva un mensaje escrito a fuego en mis labios, y que se traspasa sin mayor dificultad y velozmente. Me alejo en una fracción de segundo, y cuando decido buscar tus ojos, tus labios ya han recibido el mensaje, han salido a buscar los míos con desesperación, como si algo se hubiese perdido, como si ellos fueran vitales, en un solo impulso y sin vacilación. Tus labios arden más que de costumbre tratando de devolver aquello que recién les fue entregado. Tus manos me rodean en un abrazo profundo que nos fusiona en uno y me deja sin respiración, sin aliento, no temo en absoluto, me agrada y me entrego.
De pronto atrapo tus carnosos labios con mis dientes, dándome una sensación extravagante y desconocida que no soy capaz de reconocer, que no he sentido jamás hasta este instante y que me estremece hasta los huesos. Tu mirada se transforma, tus ojos buscan algo en mi, recorres mi cuerpo con ellos sin decir una sola palabra, tus manos comienzan a hacer contacto, viajando desde mi cintura hasta mis pechos apretándolos con firmeza, con fuerza, con una cierta desesperación, a sabiendas de que es algo que he estado esperando desde que llegaste.
Aquel cosquilleo que en un momento comenzó en mi abdomen, se traslada ahora a mi estómago, a mis piernas, a mis labios, y viaja de una manera avasalladora y brusca, que me produce querer escapar en cualquier momento, aunque sé muy bien que no es todo lo contrario.
Me siento sobre ti, necesito que esa sensación penetre en mi, no sé por qué, sólo deseo dejar de sentir la inminente huida quiero permanecer y saber como acabaran las cosas. Me tomas con tus enormes manos desde la cintura, recogiendo mi jumper tableado hasta alcanzar mis nalgas, tus manos están frías, mis glúteos se contraen al contacto de inmediato. Las tomas y las haces tuyas, como si fueran algún tipo de material que quieres moldear a tu antojo. Una de tus manos se estaciona ahí en tanto que la otra se traslada desabotonando mi uniforme y mi blusa, dejando al descubierto un par de voluptuosas tetas que sobresalen del brasiere...
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