pudor

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martes, 26 de julio de 2011

SoLo Un MoMeNtO



Fue solo un momento, y yo los quería todos para mi. 

Fue solo un encuentro y por tarada me quede sin ninguno más. 
No se qué hacer ahora, no se qué decir, solo sé que pienso constantemente en ti, en aquella vez, en los besos, las caricias, las miradas repletas de ansia, de deseo, de lujuria, de tantas cosas que ya habíamos compartido antes pero que no se habían llegado a consumar como en aquella vez.

Me quedé corta, me tupi, la expectativa fue más grande que tu y yo en ese cuarto. 

Te quise completo, entero, fogoso y tierno a la vez, pero no fui capaz. Morí en el intento, y ahora sufro. Sufro por no tener más de aquellos instantes contigo, entre tus brazos, con el calor de tu piel abrasándome, con la tibieza de tus ojos y la profundidad del inmenso color café dentro de ellos, de esos ojos que me hacían sentir que todo estaba bien, por lo menos por ese instante, por lo menos hasta que nos viéramos de nuevo.

Anhelo el brillo en esa sonrisa que yo creía solo para mi, tus palabras, la simpleza del momento, el espacio eterno cuando estábamos solo tu y yo... y la nada. Ni un compromiso, ni un te amo, ni un categoría... nada. Solo el tiempo, nuestros latidos, los cuerpos y los magníficos alientos que hicieron de cada ocasión mi ocasión, mi momento, mi día, mi vez contigo entre mis brazos.

lunes, 4 de julio de 2011

UN IMPULSO (segunda parte ) (segundo él)


Exausto y extasiado el cree que todo ha acabado y que ella ha terminado de utilizarlo, que ha llegado su turno, el turno de enseñarle todo aquello que él tiene para ella. Ha disfrutado infiinitamente, aunque durante cada posición, cada rasguño, cada pellizco, él ha deseado profundamente detenerla y penetrarla hasta sentirse parte de ella, hasta hacerla gemir y jadear, hasta que todo su ser fluya en sus deseos.
Ha sentido esto durante los momentos en los que ella le permitió descolgarse de tanto placer, y si el pudiera decirlo, la verdad fueron muy pocos hasta este instante, hasta que la duda la atravesó por algunos minutos.

El deseo se apodero de él, de su vientre, de su miembro, repleto de sangre, erecto, y en un impulso lo inundó. Buscó sus ojos, y sin buscarlos demasiado los encontró llenos de ansia, de pasión. Ella regresaba de la duda.
En tres minutos cientos de imágenes saturaron su mente, miles de olores y sensaciones rebosaban en todos los niveles de la percepción.

Sus miradas se encontraron, reflejaron mutuamente el deseo que los embargaba, compartieron de alguna manera la imagen lujuriosa de cada uno. Solo con eso él se excitó, y su erección era el firme testimonio de aquello, su dureza era el mensaje que detuvo la fantasía de ella en ese mismo instante.

Dentro de ella la excitación fue toda una explosión, sus órganos casi escapaban de su cuerpo, como si el útero palpitante se abriera de par en par para recibir todo su vigor. Todos sus labios se empaparon, su boca salivó, casi alucinando como su glande hacía vaivén dentro de su boca, frotándo su lengua, adentrándose entremedio de sus nalgas. Su cuerpo lo sintió en ese mismo momento, quiso ser penetrada en ese mismo momento.

Casi por instinto ella separó sus piernas de pie frente a él, en tanto que él respondió posicionando sus dedos en sus labios mayores, buscando la calidez de su sexo, el ardor de su carne.

El impulso fue aún mayor luego de sentirla dispuesta, el apetito se apoderó de él, y sin más se abalanzó sobre ella, sobre sus piel, su busto, su vientre. La lamió, la recorrió, con su legua degustó cada pliegue, cada recobeco. Reconoció sus distintos sabores, identificó cada uno de sus aromas.

Con cada inspiración que él tomaba sobre su cuerpo la hacía estremecer, y cada roce de su nariz, de sus labios y su lengua sobre su piel, le provocaban retorcerse inevitablemente.

Cuando él llegó al "monte de venus" pareció detenerse, como si estuviera contemplando aquella área. Los segundos de ese episodio fueron eternos para ella, su lujuria no permitía pausas, mas había aprendido a contenerse.

Bajó lentamente por su bello púvico, hasta encontrarse con un pequeño trozo de ella, terso y suave, erecto al igual que su pene. Lo besó delicadamente por cada relieve, cada capa candente, y finalmente entrometió su lengua dentro de ese espacio inundado. Buscó su sabor, lo quería para él, se posó degustándola y lo disfrutó.
Presionó sus muslos al son de sus movimientos, al ritmo de los latidos, de toda su sensualidad.
Al terminar, abandonó la acuosa vulva para regresar al clítoris, allí su lengua fue su anfitriona, y recibió a ese clítoris con una lamida firme y larga, que provocó que en ella se erizara hasta el más pequeño y delgado de los bellos.
Su lengua se desprendió, el calor permaneció, y de un segundo a otro ella sintió una profunda puntada alli donde aún sentía la lamida.
Él la había mordido, había incrustado sus dientes en ese pequeño y delicado trozo de ella, por un instante no respiro, se volcó sobre aquella sensación, punzante y profunda, que en el fondo le era placentera.
Lentamente él la fue presionando más y más, ella inspiró y retuvo el dolor que sentía para sí, y se quedó con lo demás, y no lo detuvo, le gustó, lo gozó terrible y dolorosamente, hasta que el aire en su contención ya no dio para más y se liberó en un gemido corto y agudo, que provocó en él una mayor erección, unos centímetros más, una avalancha de sangre saturando cad uno de los cuerpos cavernosos.

Rápidamente se incorporó, la voltió y la atravesó cruda y estripitosamente, sin preludios. Su ritmo fue seco y rápido, profundo y avasallador. Ella gemía hacia adentro, como apagando todo lamento. Eso a él no le agradó, él le había entregado cada uno de sus gemidos desvergonzadamente. Entonces la rodeó con sus brazos desde atrás, mientras permanentemente calaba en su interior, y con sus dedos envolvió los duros pezones de ella y los exprimió hasta que ya no pudo contener más ese grito soltándolo para él, fuerte, claro, agudo y sostenido.

Seguido, ella tomo sus manos y las puso sobre sus nalgas, él repitió la escena con ellos, los apretó interminablemente, arremetiendo cad vez más adentro en ella, hasta que en un momento ella se quitó de aquel lugar y sin premeditación alguna su pene terminó introduciéndose tosca pero placenteramente en su ano.
Ella no dejó en ningún momento de gemir y jadear, el enloqueció, y eso era lo ella justamente quería, quería que el se perdiera en ella, sabía que el mostrarle su satisfacción lo sumergía más en ella.

Él la penetró hasta el último gemido, hasta que ya no hubo más que jadear porque no quedaba aire que aspirar, y permanecieron así uno dentro del otro, amigos, amantes casuales... historia ya pasada.